Discutir, debatir o diferir en opiniones y formas de ver o hacer las cosas en pareja es normal, y no tiene por qué ser un problema. Lo que sí es un problema es no saber cómo hacerlo para no acabar discutiendo o haciendo daño al otro, y por tanto, a la pareja en sí.
Lo primero de todo es que tenemos que partir de la idea de que una discusión no es sinónimo de venganza o de daño, es un momento de disparidad de opiniones que se puede usar para llegar a un acuerdo y un punto en común que beneficie a ambos o para echarse los trastos a la cabeza y empeorar la relación.
Las discusiones, si son bien resueltas y llevadas a cabo, pueden llegar a fortalecer la pareja y a acercar el uno al otro. ¿Por qué? Porque es algo muy bonito ver cómo tu pareja empatiza contigo, se comunica de manera empática y comprensiva con tus opiniones y sentimientos y muestra motivación para mejorar la situación de ambos. Y no sólo eso, sino que, pudiendo ser un momento en el que podría causarte dolor, elige no hacerlo, a pesar de tener unas ganas enormes de decirte cuatro cosas bien dichas...
Desde un principio, es fundamental y muy útil dejar claro qué cosas os ayudan a ambos en las discusiones, y qué cosas son un desencadenante de ira explosiva. Por ejemplo, yo puedo comunicar a mi pareja que en una discusión, si estoy muy nerviosa, necesito tomarme un tiempo fuera para relajarme y después conversar, y que además, no soporto que empiecen a hablar de manera impulsiva y sin reflexionar.
De esta manera, si mi pareja me comenta que le pasa todo lo contrario, podremos encontrar una manera intermedia en la que ambos podamos hacer frente a la discusión sin hacernos daño y, sobre todo, sintiendo que hemos sido capaces de resolver ese problema, para que no se acumule.
Es importante que en todo momento, durante la discusión, repitas en tu cabeza que tu objetivo es una relación de pareja satisfactoria y sana, porque ambos merecéis paz y tranquilidad en el ámbito amoroso.